Pbro.José Gerardo Herrera Alcala
Presidente de la Sociedad Méxicana de Historia Eclesiastica
El 23 de junio de 1767 se realiza la expulsión de los jesuitas,” esa peste”, según Carlos III, que dañaba al estado y la iglesia, orden religiosa que por su misma naturaleza y orden jurídico se oponía al estrecho control del gobierno en la iglesia hispana.
Este monarca más absoluto que ilustrado, decía que: “Se reconocía al Papa como la cabeza espiritual de la Iglesia Americana, pero en la mayor parte de los otros aspectos de la administración, la Corona española era superior de Ipso de los prelados, e incluso los actos que eran signo de la subordinación episcopal, como la visita Ad Limina; el informe que entregaba a la Santa Sede un nuevo obispo al tomar posesión de su sede, y el juramento episcopal de sumisión y fidelidad se transfirieron del Papa al Rey durante el reinado de Carlos III.” [1]
Y las ideas del abate Fleury netamente galicanas, los avances técnicos y la supremacía de la razón, la filosofía cartesiana y sus corrientes, se convirtieron en punto de referencia en sus tertulias y reuniones, donde el tema religioso acentuaba los debates teológico-canónicos, con una moral más rigorista y pragmática. En lo devocional era más racional que emocional, contrario al sentir de la mayoría de la población en México, donde la vida religiosa era abundante y colorida, producto del barroco novohispano.
En lo canónico acentuaron la autoridad del obispo diocesano y el conciliarismo, frente a la injerencia de Roma, el valor de las iglesias locales frente al papa.[6]Por otro lado surgió la corriente de criollos conservadores. Educados por los jesuitas, sostenían la validez del tomismo o escolástica como método teológico. En el campo de la moral eran probabilistas, partidarios fervientes de las devociones y procesiones, novenas y mandas pro jesuita en su teología y formas pastorales. Para ellos Roma era la garantía de la unidad, de la catolicidad. Piedra fundamental que no podría ser suplantada por el estado.La nueva estrategia de reforma en la iglesia, consistió en realizar la antigua tradición de concilios provinciales. En la mentalidad de la corona era para contrarrestar la propagación de doctrinas laxas que enseñaron durante siglos, la Compañía de Jesús y sus partidarios.[7] Ya que los jesuitas eran dueños de los corazones y de conciencias y su presencia no era fácil de borrar.
El sustento ideológico del regalismo, era un monarca absoluto ante una iglesia sumisa y sólo dispuesta a obedecer.El Consejo de Indias concebía a la iglesia mexicana, en completa relajación de las costumbres, la vida monacal y religiosa era presa de abusos intolerantes, y en la vida social reinaba la inmoralidad. Dichas ideas eran expuestas con tal colorido, que el orador expresó en la inauguración del IV Concilio mexicano, los flagelos que se vivían denunciando los supuestos abusos que necesitaban reforma en la iglesia.[8] No dudó en asegurar, que “esta época solo era comparable con la de la conquista de esta América, el abandono de las cosas de Dios, el fanatismo y vida relajada de las monjas y frailes” era perentorio una reforma. Estos males que aquejaban a la iglesia sólo se podrían subsanar con un concilio.
Escudo de Carlos III
Se expidieron en Madrid, dos cédulas reales el 21 de agosto de 1769 con la misma fecha: la primera fue circular a todos los obispos de esta América e Islas Filipinas, para que asistieran y celebrasen concilios en sus respectivas sedes episcopales, y la segunda que se llamó el “Tomo Regio”, en que se especificaban hasta 20 puntos que deberían tratarse en esta asamblea para la reforma de la iglesia en América. Se ponía la base del nuevo sustento ideológico del regalismo borbónico. ..[9]
Este Concilio es un intento de regular la vida del clero, de las monjas y las expresiones religiosas de la población, objetivos marcados por el rey (Tomo Regio) dentro de la necesidad.
Evidenciada desde Felipe V, de reglamentar y reformar la vida eclesiástica en la Iglesia indiana. Entre sus objetivos y contenidos destaca: Fe, moral, culto, bienes eclesiásticos y el perfil del sacerdote, normativa eclesiástica para el ejercicio de diversos cargos eclesiásticos.
Con esa política de la corona el ambiente eclesiástico era tenso; en el mundo eclesiástico criollo, se caldearon los ánimos, empezando por la impugnación a algunas de las cartas pastorales del arzobispo, entre ellas el libelo al sacerdote Dr. D. Antonio López Portillo, criollo ilustrado projesuita.
Fue tal el escándalo que lo llevaron preso a San Juan de Ulúa, Veracruz y remitido a España, en calidad de iniciado. Como no se le comprobó nada, se quedó viviendo en Valencia hasta su muerte. Pero este hecho dejó una actitud de rechazo velado al arzobispo por parte del clero, secular.[10]
Arzobispo Lorenzana
Además del Concilio de México (1771), se celebraron también los de Manila (1771), Lima (1772), Charcas (1774-1778) y Santa Fe de Bogotá (1774); las otras dos sedes metropolitanas (Santo Domingo y Guatemala y Chiapas) no estaban en condiciones de emprender la iniciativa por ser diócesis de escaso dinero.
Los obispos asistentes eran peninsulares, tres seculares y dos religiosos.Al llegar la apertura presidida por el metropolitano Francisco Antonio de Lorenzana (1722-1804).
participa el Arzobispo y los seis obispos sufragáneos: el obispo de Puebla, Francisco Fabián y Fuero (1719-1803), de Oaxaca, Miguel Anselmo Álvarez de Abreu y Valdés (1697-1774); de Mérida (Yucatán), Antonio Alcalde, OP (1701-1792),10 y el de Durango, fray José Vicente Díaz Bravo, OCD (1708-1774) discípulo del obispo de Puebla.
Obispo Francisco Fabian y Fuero
Sello episcopal de Don Francisco Fabian y Fuero
El arzobispo preparó los Inter y se basó a partir de las Actas del III Concilio Mexicano (1585) que pidió al cabildo de México, ocasionando tremendo rechazo y conflictos con el prelado, pero el punto de más tensión fue el plan de división de curatos, que implicaba a los sacerdotes de ambos cleros. Su promotor inicial fue el obispo de Puebla interesado en dicha reforma. La manera de proceder del arzobispo en este asunto, ocasionó las protestas airadas del cabildo arzobispal.
El análisis de este documento no dice que El Catecismo mexicano de 1772 tomara solo dos del Catecismo del III Mexicano de Moya de Contreras: el Breve compendio de lo que se ha de enseñar…, y la Plática breve para enseñar y exhortar al tiempo de el morir…[13] Consta de 4 partes, 1. De lo que debes creer, sobre Cristo y su humanidad. (1-41) 2. De los sacramentos, (53-146) 3. De lo que se debe obrar que es el texto más grande, (157-389) 4. de lo que se ha de pedir, y postrimerías,(405-449) y un Breve compendio de lo que se ha de enseñar a los que en enfermedad peligrosa se bautizan, y asimismo a los viejos y rudos, que no son capaces de un catecismo más largo (458-464); la Plática breve para enseñar y exhortar al tiempo de el morir, y para declarar a los rudos que han aprendido en las preguntas pasadas (465-470); una relación de los Privilegios y facultades concedidas perpetua a los indios por la Santa Sede (471 – 476) la Explicación de la “Doctrina Christiana”, que es lo fundamental del catecismo basado en la obra de Fr. José Ximénez Samaniego y no del III Concilio Mexicano. Ya que el catecismo de Lorenzana no tiene la más mínima referencia a la realidad mexicana y una ausencia completa al problema que se enfrentaban en México que era el sincretismo religioso de los indígenas, tan arraigado aún en el siglo XVIII[14]El Consejo de Indias al examinar el Concilio, echó de menos no haber recibido para su aprobación, el Catecismo mencionado anteriormente, el cual previno el Tomo Regio. El catecismo que circulaba era del jesuita Jerónimo de Ripalda; su desaparición “causará a todos los fieles indios sumo sentimiento”.[15] Por eso el Catecismo del Concilio apareció antes de su aprobación por el Consejo de Indias. Es más europeo que mexicano adolece de la más mínima referencia a las tradiciones propias de los indígenas. Consta de 5 libros: el primero con 13 títulos; el segundo, 16, el tercero, 24, el cuarto, 2 y el quinto, 12.Cada título tiene decretos y ordenanzas sobre la reforma eclesial y disciplina eclesiástica. En el entorno del concilio surgieron estas obras, I Catecismo mayor para uso de los párrocos. II Catecismo de la doctrina cristiana para uso de los niños. III Representación al rey sobre la inmunidad local y eclesiástica IV Representación sobre las órdenes religiosas en la Nueva España. V Representación sobre la vida común de las religiosas. VI Ad S Pontificem Adversus Jesuitarum Institutum. VII Epístola sobre la beatificación de Juan de Palafox y Mendoza. VIII Manual de Párrocos IX Instrucción para el gobierno de los hospitales que están a cargo de los religiosos de san Juan de Dios. X Instrucción sobre la manera de exponer el santísimo sacramento. XI Instrucción para los maestros de primeras letras. XII Instrucción para los pintores de imágenes sagradas. XIII Métodos que deben observar los párrocos y predicadores en la explicación de la doctrina cristiana sobre los evangelios de festividades. XIV Estado de las religiones en Nueva España. [16]Las actas resultantes de sus largas sesiones fueron enviadas a España para su aprobación, para tal efecto fue el Padre Lic. Gabino Valladares, juez de obras pías del arzobispado de México a que el Consejo de Indias aprobara el documento, pero se enfrentaron con las objeciones e impugnaciones del Fiscal Pedro de Piña y Manso. En su memorial sobre el concilio se percata la compleja situación de cómo se celebró el concilio y las objeciones sobre él. En el MS, dice “ Don Pedro de Piña y Manzo, Fiscal del Perú ha visto el IV Concilio Provincial de México Remitido por su Presidente el M.R.P.
Don Francisco Antonio de Lorenzana, antes Arzobispo de aquella Metropolitana Iglesia, y hoy de la Primada de las Españas, los dos tomos de Disertaciones y observaciones que escribió sobre varios asuntos tocantes al mismo sínodo el oidor Don Antonio Joaquín de Rivadeneira que concurrió a él con el carácter de Asistente Real, varios documentos dirigidos al Virrey de Nueva España con una carta en que lo juzga digno de alguna recompensa, por el mucho trabajo que tuvo con ellos: Un Memorial del Padre Provincial sobre agonizantes de México, en que se queja de que el concilio no hubiese exceptuado a su Religión de la común providencia que tomó para que todos los Regulares se ordenasen por el Diocesano del propio territorio: otro de los Párrocos de Españoles de la misma Ciudad, en que acompañando una representación que consta de veinte y dos capítulos, solicitan que se una al concilio, para que en su vista recaiga la providencia correspondiente al todo, o parte de ella, y que en caso de dárselo lisa y llanamente, para impetrar en Roma su confirmación, sea con la calidad de que se acompañe su instancia, a fin de que la Sta. Sede la tenga presente: Otro del Deán y Cabildo de aquella Metropolitana Iglesia, en que representan, que sus Diputados en el Concilio les dieron noticias de todos los puntos que se agitaron en él, acerca de sus peculiares decretos del esfuerzo con que procuraron sostenerlos, y de las resoluciones que sin embargo de todo tomó el mismo sínodo, como resulta del papel que les cohibieron los propios Diputados, y de otro a que se remite; y que debiendo procuraran la inmunidad de sus justas prerrogativas, se ven con la precisión de suplicar que se les oiga en los citados puntos, o en otros cualesquiera que contenga el concilio opuestos a sus preeminencias, o a sus loables costumbres: cinco representaciones que dirigen en diversas fecha del Metropolitano y Sufragáneos de este sínodo: ya sobre la necesidad que hay de impetrar indulto Apostólico, para que los miserables indios puedan comer carne en los días que están exentos del ayuno, ya sobre La precisión de que aquí se declaren varias dudas acerca de la inmunidad local y personal, para precaver las ruidosas competencias que suelen suscitarse con este motivo entre las dos jurisdicciones eclesiástica y secular: ya sobre los esponsales que suelen contraer los hijos de familias sin consentimientos ni aún noticia de sus padres: ya sobre los gravísimos daños que ocasionan a los indios la embriaguez y medios que proponen para evitarlos: y ya sobre las providencias que tomaron los superiores de las órdenes Religiosas de Nueva España para su reforma, dando noticia, no sólo del actual estado de los conventos y número de individuos de que se componen: sino también lo relacionado con las Misiones del Nuevo Santander en el seno Mexicano, Durango, Sonora y Sinaloa de las Californias y Nayarit: Cuarenta y tres expedientes que agregó la secretaría a este concilio por haberlos pedido el Sor Don Manuel Lanz de Carrafonda cuando era Fiscal de Nueva España, varios documentos se expresan en dos índices que formó aquella oficina, y una instrucción que también se unió, sobre lo que deberían observar los tres virreyes del Perú, Nueva España, y Sta. Fé, el Gobernador de Filipinas, y los Metropolitanos de las iglesias de Indias para restablecer la disciplina Monástica en ellos.”
“El fiscal en inteligencia de todos estos documentos y de las varias representaciones que remitieron ante el Concejo del Virrey Marques de Croix, el M.R.P. Arzobispo Don Francisco Antonio de Lorenzana, y los demás Padres del concilio, acerca de las muchas controversias y disputas que se suscitaron sobre el modo de su apertura, orden de los asientos, lugar de ellos, y otras formalidades extrínsecas con que se debía celebrar…” [17]
Roma no aceptaría este Concilio celebrado a espaldas de la Santa Sede, y por parte del Fiscal Piña tampoco, por consiguiente no alcanzó la aprobación del Monarca, quedando ya muerta desde el inicio dicha asamblea episcopal. Las consecuencias y disposiciones del Concilio fueron permeando en la vida eclesial.
En el IV Concilio Provincial Mexicano estuvieron representadas las dos corrientes de ideas de la cultura hispana del momento: el grupo ilustrado, peninsular en su mayoría y el grupo tradicional predominantemente criollo. En el Concilio Mexicano no aparece una teología política propiamente galicana.
En teología política los conciliares fueron todos regalistas. Aceptaban el regalismo tradicional de la monarquía. En dicho concilio se percibía ya una crisis educacional que dejaron los jesuitas, y los franciscanos pretendieron cubrir sin éxito, aunado a lo que en el Concilio se pidió al papa, una representación solicitando la extinción de la Compañía de Jesús. Ad S Pontificem Adversus Jesuitarum Institutum, Era la decisión más fuerte contra la Compañía tomada por los concilios americanos carolinos, la cual fue adoptada en sesión privada y no se insertó en las actas del Concilio.
El Obispo de Puebla en la reunión conciliar del 16 de octubre, “propuso por su calidad de sucesor de Palafox, que el Concilio nemine discrepante, pidiese al Sumo Pontífice la secularización de los PP. Jesuitas tal como la tenía pedida el Rey”, esto es: la extinción de la Compañía. La propuesta de Fabián “fue oída con espanto de todos los presentes”, Lorenzana “la oyó con desagrado y dijo que no tenía sobre esto orden ni reclamo de parte de Su Majestad”. La implantación de la vida común a las monjas, fue otro frente que parcialmente fracasó, Ante la reforma de las religiosas, al plantear Lorenzana la restructuración de la vida común en los monasterios de monjas, el mismo asistente real, el regalista Rivadeneyra, opinó en contra lo ordenado por el Tomo regio e hizo frente común con conciliares y teólogos criollos y con los peninsulares de las órdenes religiosas, las cuales impidieron la puesta en marcha de tal reforma. El mismo Obispo carmelita de Durango se opuso, sentenciando que si se llevaba a cabo vendría “la ruina de los conventos”[18]
Las monjas que hicieron frente común: concepcionistas, jerónimas, entre otras, ante el Concilio, siendo la abadesa la que hace frente con el “Manifiesto del real Convento, de religiosas de Jesús María, donde se defendía la vida monástica que regía los conventos y encaraban al panfleto “Carta a una religiosa para su desengaño y dirección” ideado por el Obispo de Puebla y ejecutado por el padre José Ortega Moro, que bajo el seudónimo de Jorge mas Theóphoro, las monjas consideraban que eran “injurias, sacrílegas blasfemias, y calumniosas imposturas, que contiene la carta, papel anónimo o más bien libelo infamatorio…[19]
Dicha reforma, sobre la vida común, no se dio a pesar de las presiones de los prelados y del rey.En lo referente a la instrucción para los pintores de imágenes sagradas, fue una de las causas de la destrucción paulatina del nuevo gusto estético del neoclásico y la destrucción del periodo del barroco, la desaparición lenta de los retablos y la entrada al neoclásico como la nueva “moda” de los ilustrados, lo cual se dejó sentir en el arte y en la estética; y las enseñanzas y ordenanzas del concilio se operativizaron.
La crítica histórica está dividida en aceptar esta asamblea como un verdadero concilio ya que nace y se desarrolla a partir de los lineamentos de la política regalista del momento, y no como una acción pastoral que comprendía toda la iglesia como una necesidad eclesial. El concilio se convirtió en una acción meramente burocrática más del gobierno español. Los grandes exponentes de este concilio Lorenzana y Fabián serian años más tarde, reos de lo mismo que favorecieron, y pagarían los dos muy caro su osadía y maridaje con el poder.